jueves, 25 de febrero de 2010

Relatos: El tren de las 21.24

El tren de las 21.24 por Alberto Guerrero Corral

La lluvia había cesado, aunque se notaba su rastro en las ventanas del tren, donde las gotas hacían carreras arrastradas por el viento. Pedro, el joven estudiante de arquitectura, se dirigía a casa viajando cómodamente al no tener que compartir asiento con otros pasajeros. A esas horas pocas personas viajaban en el tren.

Daba gracias, a que no le hubiera pillado la breve pero intensa tormenta. Algunas personas subían al tren completamente empapadas. Él, sin embargo, solo sintió un escalofrió al pensar lo que la tormenta podría haber hecho con sus bocetos.

El tubo de plástico negro, tal vez no hubiera soportado la lluvia. Descansaba apoyado verticalmente a su lado, dentro, había los bocetos del diseño de un hotel para una de las asignaturas más existentes de toda la carrera.

El trayecto hasta casa era largo. No le importaba. Era una buena excusa para leer algún libro de los que tenía pendientes o simplemente escuchar la radio. Y a veces, por qué no, echar una cabezadilla. Aunque no se quería dormir, el cansancio de todo un día, acabó pasándole factura. Inevitablemente, sus ojos se fueron cerrando, hasta que Morfeo lo atrapó en sus suaves redes.

El frenazo del tren en una de las estaciones, lo despertó. Medio adormilado, intentó averiguar en que estación estaba, pero en lo único que se fijo fue en dos chicas que subían al vagón. Ambas eran muy guapas, pero no lo suficiente como para derrotar a Morfeo, que una vez más lo volvió a vencer.
Un sueño profundo lo invadió.

El ruido del tubo al golpear el suelo lo volvió a despertar. Rápidamente y sin saber bien donde se encontraba, se levantó a perseguir al dichoso tubo que rodaba, como si tuviera vida propia, por el pasillo del vagón. Las chicas, lo vieron abalanzarse detrás del tubo y una de ellas esbozó una leve sonrisa de sus bellos labios.
Cogió el tubo, observó a las chicas y no pudo más que devolverle una leve sonrisilla nerviosa. Este tubo está vivo, pensó. Cuando volvía a su asiento, se dio cuenta, que un anciano estaba sentado justo enfrente de donde lo estaba él.

-    Hola joven, lo siento. Creo que he tirado tú, tú… eso.
-    No pasa nada.

Dejó los bocetos en el asiento libre que quedaba a su derecha y se dio cuenta que ahora veía perfectamente a las chicas. Consultó su reloj. Cinco minutos para llegar, si que he dormido, se dijo Pedro.

El anciano lo miraba fijamente como esperando que comenzara una conversación, que por supuesto, Pedro no tenía ni la más mínima intención de iniciar. Por Dios que no se ponga a hablar, que no se ponga a hablar,  rogaba Pedro para sus adentros.

-    ¿No puedo hablarle, joven?
-    ¿Perdón?
-    Me preguntaba, joven, si podía hablar con usted.

Pedro, titubeó.

-    Claro.
-    Ya me extrañaba. Mi hija esta triste, sabe. Desde que me fui no es feliz. Llora constantemente. No tiene a nadie que la apoye.
-    Lo siento.
-    Y había pensado que tal vez usted, podría hablar con ella.
-    Me siento alagado, señor. Pero tengo novia.

En la cara del anciano se reflejo un atisbo de sorpresa.

-    Creo que no me ha entendido, joven. Lo que le pido es que hable con ella y le diga que estoy bien, que he vuelto a ver a su madre y que sea muy feliz. Que no se preocupe por mí y sea fuerte.

Las palabras del anciano recorrieron el cuerpo de Pedro dejándole helado. Rápidamente empezó a recoger sus pertenencias mientras se disculpaba con el anciano.

-    Lo siento, señor, pero es que ahora estoy muy ocupado, ya sabe, los estudios. Mi parada, que tenga suerte.

Se alejo sin mirar atrás. Aún notaba como su cuerpo temblaba nervioso a causa de las palabras del anciano. Habían sonado tan extrañas. Impaciente por bajarse del tren, permanecía apoyado en la puerta, sin mirar atrás.

-    ¿Estás bien? Estas un poco… pálido.

Pedro se giró y vio a una de las chicas, que hacía poco había subido al tren.

-    He tenido una conversación un poco… rara, con aquel anciano.
-    ¿Qué anciano?

Pedro miró los asientos que había ocupado momentos antes. Estaban vacíos, no había rastro del extraño anciano por ninguna parte. Extrañado, balbuceó:

-    Había un anciano allí, conmigo.
-    No he visto a nadie contigo.

Pedro sintió nuevamente un escalofrió recorrer su cuerpo. Todo era muy extraño.

-    Tal vez tú amiga lo haya visto.
-    ¿Qué amiga?

Pedro, ya completamente nervioso, miró por todo el vagón, buscando a la compañera de la chica con la que hablaba. Pero no logró verla. Sin embargo, al observar la carpeta que llevaba la chica apoyada al pecho, vio una foto en la que estaba.

-    ¡Esta chica!

No le dio tiempo a decir nada más, ya que la joven, visiblemente furiosa lo abofeteó.

-    Mi amiga murió hace seis meses.

La chica se marchó en dirección a otra puerta. Mientras él, intentaba reaccionar. Todo lo que había pasado en ese viaje era sumamente extraño.

Finalmente llegó su parada y Pedro se quedó petrificado al abrirse las puertas y ver la estación repleta como no lo estaba ninguna noche. Todos los allí presentes lo observaban. Todos los allí presentes lo esperaban. Todos los allí presentes estaban muertos y necesitaban algo de Pedro.

FIN

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ooohhh! que miedo!!! JOder tio, muy bien, no puedes dejar de leer. Se nota que pasas horas en el tren, como te inspiras en él "Historias del tren".(Y que pasa a todos los que se llaman Pedro les dan bofetadas...jeje...)

Morvan dijo...

Sí, la verdad es que las horas en el tren inspiran bastante. Te cruzas con mucha gente y eso ayuda.
Lo de Pedro, pues será que sí.

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