miércoles, 17 de febrero de 2010

Relatos: La pesadilla de cada noche

La pesadilla de cada noche   por Alberto Guerrero Corral

Después de que en los últimos meses haya pasado el miedo más atroz que uno pueda imaginar, hoy por fin, puedo descansar. Mi miedo no ha desaparecido, simplemente se ha transformado, ya que mis fantasmas no podrán atraparme, al fin. Pero dejarme que os cuente como he llegado a tal situación.

Todo empezó con sonidos tenues de madrugada que solo un oído atento podría identificar. En casa, parecía que era el único de la familia que los escuchaba. Provenían del piso inferior y parecían pisadas. Tuve la tentación de bajar en un par de ocasiones y ahora me alegro de no haberlo hecho. En ese momento, cuando aún estaba a tiempo, me tendría que haber marchado de esa casa, pero desde la seguridad de mi cama, junto a Miriam, todo parecía carecer de importancia. Sin embargo, pronto descubriría en terrible error que había cometido quedándome.

Los sonidos fueron aumentando de intensidad con el paso de los días. Miriam, parecía no escucharlos mientras descansaba profundamente con la aparición de las sombras nocturnas. Pero yo, yo no podía descansar. El día era ya el único momento en el que gozaba de un poco de paz y tranquilidad, ya que por las noches las tenues pisadas se habían convertido en susurros rabiosos, verdaderamente aterradores y cargados de un odio visceral. Tales susurros, a pesar de ser mucho más audibles, seguían sin llamar la atención de mi familia. Era una locura, no comprendía como tales sonidos solo llegaban a mis oídos, pasando inadvertidos para el resto.

Una noche en la que los susurros me hacían temblar, no sé aún muy bien porque, me dirigí al rellano de la escalera. Allí, estos, parecieron convertirse en un estruendo atronador, como si mi presencia los alentara. Grité, grité todo lo que puede pidiéndole que se marchara, que me dejara en paz. Grité tanto, que Miriam y el resto de mi familia acudieron raudos a la escalera, donde lograron tranquilizarme a base de suaves palabras. Estaba asustado, furioso y sorprendido. ¿Cómo podía ser que mi familia no escuchara esos susurros? ¿Me estaría volviendo loco?

Durante unas noches, la calma pareció regresar al hogar. Pude descansar, aunque jamás lo volvería a hacer a pierna suelta, mientras Miriam a la que quería con locura me acariciaba la cabeza, me arremolinaba el pelo y me bañaba en suaves besos. Fueron mis últimos días de felicidad, porque por desgracia estos se acabaron.

Una noche, unos gritos me despertaron. No pude apreciar que decían, pero me levanté lo más sigilosamente que pude y me acerqué a la escalera. Envalentonado, me decidí a bajar. Si la última noche dándole unos cuantos gritos desaparecieron esos terribles sonidos, tal vez, si le hacía frente se marcharía para siempre, pensé. Pero no podía estar más equivocado. Lo único que logré con tal acto fue enfurecer a esa cosa más si cabe y mostrarle que era un cobarde, con el que podría acabar fácilmente. Y es que, cuando estaba a medio bajar, dos ojos rojos aparecieron a pocos metros de mí. Inmóviles, oteando la negrura. Intenté quedarme lo más quieto posible con la esperanza de que no me viera, pero lo hizo. Esos ojos, me escrutaron con furia. Podía notar como no deseaban mi presencia en esa casa. Tal vez si hubiera sido fuerte, si no hubiera demostrado mi miedo temblando delante de eso, se hubiera dado por vencido, pero no, me limite a preguntarle ¿Quién era? ¿Qué quería? Mientras escalofríos de terror hicieron que me orinará encima. Creo que esa fue la excusa que necesitaba para convencerse de que no era rival para él.
     
Una ruda voz me ordenó que abandonara la casa, que me fuera y no volviera nunca, pero cuando le dije que no, que esa era mi casa y la de mi familia, por única respuesta tuve un grito ensordecedor que me decía que mi muerte estaba cercana mientras que emprendió una carrera en mi persecución.

Corrí. Corrí como no lo había hecho nunca. Corrí como si mi vida dependiera de ello y realmente así lo hacía. Llegué a la habitación y me lancé sobre la cama despertando a Miriam, que asustada encendió rápidamente la luz.

Ella me miraba intranquila. Llevaba días sumamente preocupada por mí, pero yo no la miraba. Solo miraba la puerta. Entre espasmos de terror, esperaba que en cualquier momento, esa cosa, esa bestia que me estaba destrozando mi otrora feliz vida entrara por la puerta. La abriera entre violentas amenazas y me destrozara allí en medio, delante de mi querida Miriam, pero no lo hizo, no paso nada.

Nada, hasta la noche siguiente.

Los temblores ya eran una característica en mi existencia. Cualquier ruido fuera de lo común me provocaba un grito de profundo terror. Mi familia se había dado cuenta y entre rostros de preocupación los había escuchado hablar de visitar al médico. Cosa que por desgracia jamás llegué a hacer.

En la última noche que pase con mi familia, no podía dormir. Tenía el miedo recorriéndome por las venas. Miriam por su parte, parecía dormir a pierna suelta, ignorando el sufrimiento que padecía cada noche. Yo, por mi parte, no podía dormir. Lo estaba esperando, sabía que vendría a por mí. En mi interior deseaba hacerle frente, pero en cuanto lo pensaba detenidamente me daba cuenta de que no tenía ni el valor, ni la fuerza suficiente para hacerlo.

Después de tres horas de tensa espera, la puerta se abrió con un tenue chirrido. Rápidamente, me acurruqué entre las mantas intentando hacerme invisible mientras por el rabillo del ojo observaba la habitación. Allí estaba, reconocí esos ojos inyectados en la más profunda de las rabias y entonces supe que esa sería mi última noche.

Sus pisadas aunque sutiles, sonaban atronadoras para mí. Me quedé inmóvil esperando, casi sin respirar, hasta que finalmente noté como subía a la cama. Poco a poco, las mantas bajo las que me había logrado esconder fueron corriéndose, dejando mi piel desnuda en la fría noche. La respiración de esa cosa se hizo más notoria, parecía que podía oler mi miedo, el miedo que reflejaba mi rostro. Finalmente en un atisbo de valor miré hacía mi verdugo que me miraba con sus ojos rojos de demonio mientras permanecía con la boca abierta, sin duda, mostrándome los dientes que acabarían con mi vida.

Una mueca que me pareció una sonrisa se vislumbro en su rostro y mirándome se abalanzó sobre Miriam mordiéndole en el antebrazo.

El grito que se oyó en toda la casa fue desgarrador. Rápidamente apareció por la puerta el resto de mi familia, que encendieron la luz. Por desgracia para mí, lo único que pudieron ver fue a su hija pequeña sangrando abundantemente, mientras yo a cuatro patas me movía histéricamente por la cama aullando de terror.

Cuando mi padre me agarró por el cuello creí ver algo, que hasta ahora nunca había llamado mi atención. En la mesita de noche de mi querida Miriam, descansaba una foto. En ella, Miriam abrazaba a un gran Husky Siberiano idéntico al que me había atormentado en mis noches de pesadilla. Por desgracia, demasiado tarde me di cuenta de ello, de haberlo sabido antes tal vez podría haber hecho algo.

De estos hechos han pasado dos largos días, en los que he llorado por mi desgracia y por no poder ver más a mi querida Miriam, ya que esta tarde me sacrificarán a mis seis meses de vida.





FIN

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Como engancha!!! y vaya final más sorprendente!!

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